Imagen tomada de hypescience.com
Esa mañana gris iba caminado por esa calle sombría sin fijarme en nada de lo que sucedía a mí alrededor. De pronto, desde la nada, alguien me interpeló con una pregunta jocosa:
-
¿Qué te pasa ole, que te noto tan meditabajo y cabisbundo?,
fueron las palabras que me llegaron bajo los acordes de una voz gangosa.
Sin
prestarle mucha atención al asunto respondí
como un autómata:
-
Hay días en que se juntan los dolores que nos ha dejado
como herencia el pasado y las preocupaciones que nos regala –sin pedírselas- el
futuro.
- No te dejes llevar por la corriente del
tiempo, me reconvino, mi interlocutor desde su madriguera. El pasado debe ser
como un archivo histórico. Debemos entrar allí cuando tengamos necesidad de
aclarar cosas o aprender lecciones. Allí debemos permanecer justo el tiempo que
demora nuestra consulta. Cuando ésta se termina, debemos abandonar el lugar a
las volandas y retornar al presente a continuar la rutina. Tal como acontece
con los documentos que atestiguan la existencia de eras muertas, los recuerdos
que poseemos de nuestra vida pretérita deben quedarse allí guardados bajo siete
llaves. Al contrario, el futuro debe ser un lugar de inspiración. Allí hay
que ir sólo para motivarnos. Al igual que en el pasado, él es un lugar
donde no podemos pasar mucho tiempo, porque nos perdemos el presente, que es el
lugar donde se juega minuto a minuto nuestra entrada a los armarios de la
historia.
Como no tenía ni tiempo ni cabeza para reflexiones filosóficas,
me dispuse a seguir mi camino. No había dado el primer paso cuando de nuevo mi interlocutor
me llamó la atención:
- Eche, “¡toma chocolate y paga lo que debes” oye! ¿Es que tú crees que yo doy consejos gratis? Son cinco duros.
Sin reparar en lo que hacía
saqué un billete de dos pesos y se lo lancé sin preocuparme donde caía. En la
medida en que me alejaba comprendí que ese hombre no estaba del todo equivocado
y que su consejo me era de cierta utilidad. No había marchado cien pasos cuando
volví atrás la mirada. En ese momento me di cuenta que en el lugar donde había
sucedido la conversa se encontraba un viejo y desarrapado mendigo, pidiendo
limosna. De nuevo los pensamientos sombríos volvieron a invadirme. Sin saber a ciencia
cierta a dónde dirigirme, más confundido que nunca intenté retomar mi
camino.
Enoïn Humanez Blanquicett
Montreal, 3 de abril de 2016.
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