«Sonaron cuatro balazos a las tres de la
mañana». De inmediato los jefes de familia vecinos de ese barrio tremebundo,
gobernado por el malevaje, se levantaron para darse a la tarea de constatar que
en sus hogares no faltaba ninguno de los suyos. Todos los que contaron al menos
un miembro de menos comenzaron a rezarle al Espíritu Santo, para que se los
trajera de vuelta, bueno y sano. Los más piadosos pidieron para la victima del suceso
la clemencia del todo poderoso, al tiempo que solicitaban para él una parcela en
el cielo y la recompensa de la vida eterna. A pesar de la curiosidad, nadie abandonó
su casa para ir a verificar lo sucedido. La mañana siguiente todo el vecindario
volvió a respirar tranquilo cuando se supo que, segado por la cólera, el jefe
de bandidos de otra parroquia ordenó matar a tiros al perro de la madre del
capo del sector, para mandarle un mensaje duro y claro. Como de costumbre, el
vocero de la policía atribuyó el hecho a venganzas personales y a ajustes de
cuentas entre bandidos.
Enoïn Humanez Blanquicett
Montreal, 23 de mayo de 2013
Derechos reservados de autor
No hay comentarios:
Publicar un comentario