Resultados
de las elecciones presidenciales colombianas realizadas el 25 de mayo de 2014.
Imagen tomada de la revista semana
Colombia, como la provincia de Alberta en Canadá, es una tierra de
derecha. En el caso de Alberta, como lo advirtió Hélène
Buzzetti en un reportaje publicado en 2010 en Le
Devoir, la lucha por el poder se libra siempre en terreno
conservador, pues allí tanto liberales como socialdemócratas no son
considerados por la población como opciones políticas con vocación de poder. En
lo que respecta a Colombia, según lo anotado
por Hernando
Gómez Buendía en un sesudo análisis publicado en el portal Razón Publica en mayo de 2012, la
disputa por el poder “no es entre izquierda y derecha sino entre la derecha y la derecha
extrema”. Ese aspecto explica porque en este país “los partidos reformistas y
movimientos sociales tienen mucho menos fuerza que en el resto de América
Latina”. El tema también fue abordado por Antonio Caballero en una crónica con
ribetes literarios, publicada por la revista Semana el 30 de octubre de
2000.
Recurriendo a una retórica que nos recuerda a Gabriel
García Márquez en varios apartes de El Otoñó del Patriarca o a Jorge Luis Borges
en un párrafo del Aleph, Caballero sostiene: “Colombia no necesita una derecha:
tiene derecha de sobra. Todo es de derecha aquí. [Son] de derecha el presidente de la República Andrés Pastrana, y el
comandante de las Farc Manuel Marulanda, y los cardenales López Trujillo y
Castrillón, y el jefe de las autodefensas Carlos Castaño, y los candidatos
presidenciales Noemí Sanín […] y Horacio Serpa, que se dice de izquierda pero
que si lo fuera no podría ser candidato presidencial”. En Colombia, prosigue el
analista, “no sólo son de derecha los que lo son en todas partes, y es normal
que lo sean en función de sus propios intereses: los ricos, los policías, los
curas, los dueños del poder y de las cosas. Sino también todos los demás. Los
colombianos son —somos— visceralmente de derecha: hombres o mujeres, ricos o
pobres, y cualquiera que sea el calificativo ‘político’ que nos demos a
nosotros mismos: liberales o conservadores o comunistas o últimamente
‘socialdemócratas’ o ‘cristianos’, o lo que se nos ocurra. Tenemos ideas,
instintos, sentimientos de derecha”.
Por eso es que en Colombia no es raro
que sean “de derecha los generales y los empresarios, los policías y los
narcotraficantes, los ganaderos y los maestros, las reinas de belleza y los
atracadores”, así como “la totalidad de la prensa —o casi—, desde los dueños y
los editorialistas hasta los caricaturistas [y] columnistas o simples notistas de farándula o de sucesos”. En
fin, según Caballero, al colombiano en general le “gustan los métodos de la
derecha”, que según sus palabras son “la violencia y la trampa”.
Dejando atrás la retórica literaria sobre la política colombiana de
Caballero y siguiendo con el tema, hay que decir que el arraigo de las ideas de
derecha en Colombia sale a relucir en dos hechos históricos bien precisos. El
primero de ellos tiene que ver con la continuidad de la selección de la dirigencia
nacional a través de las urnas durante la era de las dictaduras en América del
Sur. En las décadas de 1970 y 80, mientras en casi todos los países de la
región los sectores más reaccionarios de la sociedad no dudaban en azuzar a los
militares, para que perpetraran cuartelazos sangrientos y sacaran del poder a
gobiernos liberales reformistas o izquierdistas moderados, como Allende en Chile,
en Colombia los militares: así lo afirmó José Prat en El País Madrid en
1982, eran considerados como individuos respetuosos de la “tradición democrática y
constitucionalista del país”.
Repartición
del vito por los dos candidatos en el territorio nacional. El voto confirma la histórica
tendencia ideológica nacional: las dos costas y la regiones fronteriza del sur
y el sur oriente del país siguen siendo regiones con tendencia liberal, mientras
el centro sigue siendo una región de orientación conservadora. Imagen
tomada de: quepasaenvenezuela
La confianza que tenía la élite en el apego del colombiano promedio al
ideario conservador, la llevó a formular un pacto público: El Frente Nacional, que
le permitió repartirse el país de manera simétrica de arriba abajo, de sur a
norte y de oriente a occidente. A través de este pacto se excluyó del acceso a los puestos de mando de la sociedad a
los grupos emergentes –y disidentes– que eran, como ha de esperarse, de
izquierda. Mediante él, los clanes que han controlado históricamente las
palancas del poder se repartieron –sin agüero y sin pudor– a la vista de todo
el mundo y con el concurso de sus clientelas, las poltronas mullidas de los
ministerios, las butacas austeras de las gobernaciones y los taburetes
decrépitos de los municipios. Para evitar las disputas entre los caciques que
representaban a los dos partidos hegemónicos: Liberal y Conservador, en todas
las esquinas y recovecos de la patria
(por usar el tropo favorito del caudillo de derecha más amado y repudiado del
país en el presente y de sus antagonistas; los jefes guerrilleros), los puestos
del estado fueron repartidos de manera equitativa,
desde la presidencia de la república hasta la inspección de policía, que regenta
la vida del corregimiento más recóndito de la geografía nacional.
El segundo hecho que nos permite corroborar el arraigo de las ideas
conservadoras en este país está representado en un hecho, que tiene connotación
continental: la profundización de la derecha en Colombia, mientras la mayoría
de países de América del Sur giraba a la izquierda. Así las cosas, en 1998
cuando Venezuela; un país con una sociedad con una clase media más robusta y un
estilo de vida con mayores tintes pequeño burgueses que la sociedad colombiana,
castigaba a la clase dirigente tradicional, abriéndole la puerta a la izquierda
y facilitando el ascenso de Hugo Chávez al poder, en Colombia se le daba la
espalda al liberalismo; que es según Agustín Díaz de
Campoamor el ala suave de la derecha colombiana, que había estado 12
años en el poder, para entregarle las llaves del palacio presidencial al
Partido Conservador.
En las elecciones de 2014
los tres candidatos de la derecha sacaron los mayores resultados en la Urnas.
En el caso del partido verde una formación que péndula entre la centro-izquierda,
que obtuvo la segunda mayor votación en 2010, su desinflada resulto la gran sorpresa
de la contienda electoral. Imagen tomada de: Imagen tomada de: maduradas
En aquella ocasión el ungido con el título de Presidente de la República fue
el hijo de otro Presidente de la República, que había
sido elegido a su turno para ponerle punto final a un proceso de reformas
sociales aceleradas y profundas, emprendidas por un presidente liberal, que
había escandalizado con sus reformas a los terratenientes, que han representado
desde siempre al ala más conservadora del establecimiento nacional. Para
cumplir su sueño de emular la historia de su padre, el delfín, que hoy critica
las negociaciones de paz del actual gobierno con las FARC en la Habana,
no dudó en ir a la sede del secretariado de esa guerrilla, en medio de la
Amazonia colombiana, a tomarse una foto con un legendario y temido jefe
guerrillero, apodado Tiro Fijo. Ese registro fotográfico, en el que aparece un aristócrata
delfín sonriente y un bandido legendario malencarado, en medio de la selva, sirvió
para vender la promesa de un eventual acuerdo de paz, en un momento en que los
grupos guerrilleros aumentaban sus ataques contra las fuerzas de seguridad del
Estado y amedrantaban la población civil por todos los medios.
Cansados de la guerra y escandalizados por la penetración del narcotráfico
en las filas de la campaña del presidente liberal Ernesto Samper, los
colombianos votaron con la esperanza de que se firmara la paz entre el Estado y
la guerrilla más Antigua del mundo, que seguía siendo pro-soviética una década
después de la caída de la Unión Soviética. Tanto el gobierno como los guerrilleros
se tomaron las negociaciones como un juego. Por eso la negociación entre las
partes nunca produjo ningún tipo de acuerdo creíble y al contrario favoreció el
escalamiento de la guerra. Sobre las razones que condujeron al fracaso de esa aventura
macondiana, el investigador Alejandro
Reyes Posada concluyó: “los diálogos de paz” entre el
gobierno del presidente Andrés Pastrana y la guerrilla de las FARC “fracasaron
por exceso de temas de negociación y falta de estrategia negociadora del
gobierno, pues se acordó una amplia agenda de temas de 110 puntos, que
comprendían todas las instituciones y problemas políticos, sociales y económicos
del país”.
Curiosamente, mientras el gobierno conservador del presidente Pastrana negociaba
la paz, los grupos paramilitares: el brazo armado de la derecha colombiana,
tomaba el control de una gran parte del aparato estatal, tal como sucedió con las
universidades públicas del norte del país, donde la presencia guerrillera era
menor. Aprovechando la laxitud estatal, las bandas armadas de extrema derecha se
encargaron de la gobernabilidad del sistema de salud y adelantaron a sangre y
fuego una contrarreforma agraria, con la colaboración de notarios e intendentes
de asuntos rurales.
Respecto a esa infiltración del Estado, cuasi-consentida por parte del
establecimiento y las élites dirigentes colombianas a manos de los grupos
paramilitares, el investigador Joaquin Robles Zavala anota: “un abanico de organismos estatales
como alcaldías, gobernaciones, concejos municipales, Policía, Ejército y
justicia [fueron] infiltradas con la
anuencia de autoridades regionales que no solo le abrieron las puertas de sus
despachos a estos nuevos padres de la patria, sino que también incidieron en
las posteriores masacres de campesinos, el desplazamiento forzado de miles de
estos y las amenazas sistemáticas de muerte de todos aquellos que se les
opusieron”.
Amenaza enviada por
el grupo paramilitar Aguilas Negras al líder campesino Alfranio Solano, que
lucha por la restitución de la tierra despojada a los campesinos en Urabá por
los grupos paramilitares. En grupo se muestra partidario de la elección del
Candidato Oscar Iván Zuluaga. Imagen tomada del grupo Facebook: facebook
De la profundidad de la penetración del paramilitarismo al Estado dio
testimonio, en entrevista con el politólogo Jaime Pineda Méndez, el veterano
periodista cordobés Yadala Jalilie Silva. Afirma el
periodista “que los “paracos” tenían una oficina al frente del comando de la
policía en Montería, con la fachada de una fundación”, cuyo propósito
irónicamente era la búsqueda de la paz. Como lo han demostrado investigaciones
del Banco de la Republica
y de los organismos judiciales, esta
fundación fue el instrumento que usó el paramilitarismo para despojar de sus
tierras al campesinado desplazado.
Para documentar la anuencia cuasi-manifiesta de un sector de la elite
colombiana frente a la penetración del Estado por parte del paramilitarismo no
hay que hacer mucho esfuerzo. De ello han dejado testimonio importantes figuras
públicas como Fernando Londoño Hoyos, uno de los voceros más epónimos de la
derecha colombiana, quien fuera también el primer ministro de gobierno y
justicia del primer gobierno de Álvaro Uribe.
En una columna publicada por el conservador diario El Colombiano de Medellín Londoño Hoyos “alaba a Carlos Castaño y a paramilitares” sin tantos
rodeos retóricos. Según Londoño “Carlos Castaño [fue un] intelectual hecho a pulso, en el
desorden metodológico y conceptual que puede suponerse, era la ortodoxia plena
de las autodefensas originales, que de mal grado admitían valerse del
narcotráfico, y solo como de un instrumento indispensable para sobrevivir”.
Las ideas de Londoño Hoyos están en
perfecta sintonía con las ideas del escritor y periodista Plinio Apuleyo Mendoza, quien escribiera en El Tiempo, el más influyente
periódico del país, el 29 de noviembre de 1992: “las autodefensas [han sido] un arma vital en la lucha antisubversiva”. Ellas han
cumplido la función de ser los “ojos y oídos de las Fuerzas Armadas” en las
zonas de conflicto y han cumplido “una labor muy eficaz en el Magdalena Medio,
en Córdoba y Urabá”. Paradójicamente esas mismas regiones fueron epicentros de
las más grandes masacres de civiles y de los mayores desplazamientos de
población, que se han dado en la historia reciente del conflicto
colombiano a partir de 1985. Eso sin
contar el tema del despojo de la tierra al campesinado.
Con partidarios incrustados en todas las altas esferas de la sociedad –y
el Estado– y con una creciente
aceptación en los sectores populares, los paramilitares se diseminaron por todo
el país a partir de 1994, año en que fue elegido a la gobernación de Antioquia:
el segundo departamento más importante del país, Álvaro Uribe Vélez. Sobre el
auge paramilitar Alejandro Reyes Posada advierte que “durante el mandato de Andrés Pastrana se expandió
extraordinariamente rápido el dominio de los grupos paramilitares, mediante un
proceso de contratación de dirigentes regionales con la cúpula de las AUC para
que los primeros pagaran los costos de instalación y mantenimiento de nuevos
frentes, mientras los segundos enviaban instructores y entrenaban combatientes
locales, reclutados en cada región”.
El auge del paramilitarismo y las acciones brutales de las FARC contra la
población civil, más el desbordamiento de las acciones criminales de la
delincuencia organizada, dispararon la violencia en Colombia a partir de la
segunda mitad de la década de 1990, tal como se puede apreciar en la siguiente
gráfica, que hemos recuperado en Facebook, elaborada a partir de datos recopilados por el
mismo gobierno colombiano.
Cifras de víctimas del conflicto colombiano en Colombia entre 1994 y 2014
Un año después de iniciados los diálogos entre el gobierno de Andrés Pastrana
y la guerrilla, como éstos no iban para ningún lado y no daban frutos, la
sociedad colombiana soliviantada por los voceros de la derecha radical comenzó
a pedir el final de las conversaciones de paz. Sin resultados dignos de
mostrar, acosado por el ala radical del establecimiento y retado semanalmente
por las acciones intrépidas de una guerrilla envalentonada, que había
aprovechado la mesa de negociaciones para mostrarle al país las dimensiones de
su capacidad de intimidación, “el 20 de febrero de 2002, al final de su mandato, Andrés Pastrana rompió
el diálogo con las FARC y el ejército recuperó el control de la zona de despeje
del Caguán”. La ruptura de los diálogos se produjo en medio de un proceso
electoral, que tenía a Álvaro Uribe Vélez: el vocero más aquilatado de la
derecha colombiana en el último medio siglo, en la cresta de las encuestas. Su promesa era derrotar a la guerrilla en el
campo de batalla y devolverle al país, por la vía de las armas, la tranquilidad.
Para alcanzar sus propósitos el nuevo presidente recurrió al eslogan de “el fin
justifica los medios” e hizo uso descarado del perverso método “todo vale”.
La llegada de Uribe Vélez consolidó la profundización de la derechización
de Colombia. En 2002, cuando Uribe Vélez, un hombre que había hecho toda su
carrera en el seno del Partido Liberal, fue elegido presidente del país, el
resto de América Latina presenciaba la entrada a la escena del poder de Luis
Ignacio Lula, Rafael Correa, Tabaré Vásquez, Néstor Kirchner y Evo Morales y
los chilenos se aprestaban a enterrar definitivamente el legado de Pinochet. Con
su elección Colombia reafirmaba su tradición como país de derecha. El hecho de
ir en contravía de la tendencia política regional ha hecho de Colombia, según Yann
Basset, un país que “parece marchar contra la corriente” en “una
región marcada por cada vez más gobiernos de izquierda”.
Proyección
de la votación por los candidatos según los niveles de educación de los
votantes. Sobre este punto Camilo Rey se pregunta en Facebook: “¿Por
qué Zuluaga duplica a Santos en los ciudadanos que nunca asistieron a una
escuela y por qué Santos duplica a Zuluaga en los ciudadanos que entraron a la
Universidad?”. Imagen tomada de facebook.
Si bien la llegada de Uribe galvanizo el país
contra la violencia guerrillera y marcó el inicio del declive definitivo de la
guerrilla como actor político, con ascendencia en una franja amplia de la
población nacional, su gobierno no hizo mucho por posicionar al Estado como
defensor de los sectores más vulnerables de la sociedad colombiana, frente a la
violencia ejercida por los actores armados ligados a la derecha. A Uribe hay
que reconocerle que desmontó el paramilitarismo. Sin embargo no forzó a los
herederos de estos grupos a respetar a la población civil. Por eso el desplazamiento
forzado de esta población, fenómeno atribuido mayoritariamente a los grupos
paramilitares o a sus herederos, no disminuyó durante su gobierno, como se
puede apreciar en la siguiente gráfica, que recuperamos en Facebook.
Después de 16 años consecutivos de la derecha en el poder, hoy “la derechización de Colombia es una
realidad”, que ha sido demostrada de
manera empírica por un estudio del politólogo Julián
Arévalo, que fue reseño por el diario El Espectador. Según Arévalo, “en el país hay dos tipos de derecha:
la oligárquica, asociada a valores religiosos y a las élites terratenientes,
representada por el Partido Conservador, y la tecnocrática, relacionada con
valores modernos, que intentan desligarse de la iglesia y no ven bien la
intervención del Estado en los mercados, representada por el Partido de la U”. El autor del estudio señala que para un alto
porcentaje de la élite colombiana y del propio pueblo, “lo importante no es la igualdad de
oportunidades, sino que los pobres tengan algo” de que vivir.
Un hecho que viene a confirmar la profundización de la
derechización de la sociedad colombiana es la derechización de la juventud, segmento
de la población que es considerado en casi toda sociedad como partidario de las
ideas de izquierda. A mediados de la década 2000, una encuesta de la firma Datexco publicada por la Revista Cambio reveló que los jóvenes colombianos
“prefieren las actitudes conservadoras”. El 8 de julio de 2011 la revista Semana publicó un artículo
en el que se podía leer que un gran porcentaje de jóvenes colombianos dicen ser
“de derecha; pero ni fachos, ni godos,
simplemente nacionalistas". Según el
reportaje esos “jóvenes estudiantes de universidades privadas en su
mayoría”, tienen entre sus banderas la defensa de la “patria, la familia y la
religión”.
Proyección del voto
por sexo en la segunda vuelta. Importante resaltar que Santos gana en la población femenina y Zuluaga en la población
masculina. Imagen tomada de correoconfidencial
Otro indicador que muestra el fuerte apego de los
colombianos a las ideas conservadoras es la imagen positiva que estos tienen de
la iglesia y las fuerzas armadas. Según un sondeo de la firma encuestadora Gallup llevado a cabo a comienzos del
mes de mayo de 2014, “a nivel
institucional, las Fuerzas Militares (71 %) y la iglesia católica (68 %) son
las más apreciadas por los colombianos, mientras que los mayores índices de
rechazo los tienen la guerrilla de las FARC (93 %), los partidos políticos (71
%), el sistema judicial (73 %) y el Congreso (68 %)”. En cuanto al estamento eclesiástico
y militar, los guarismos son los mismos desde mediados de la década de 1990.
El contexto que hemos descrito nos permite de entender
porque no resulta raro que hoy “las banderas del conservadurismo, que un día
representó Laureano Gómez”,
sigan teniendo tanto “eco en los pasillos del Congreso”, que se
hayan tomado un organismo como la Procuraduría General de la Nación y se
manifiesten de manera tan contundente en las urnas, tal como pasó en las
elecciones presidenciales del domingo 25 de mayo de 2014.
Las
elecciones y sus escándalos: la percepción del ojo de un caricaturista. Imagen
tomada de: caricaturahomez
Ese día los dos herederos del capital político del
expresidente Álvaro Uribe fueron escogidos, para disputar –y apelemos aquí a
las metáforas del argot deportivo- el mano a mano final en la serie
presidencial. De un
lado esta Oscar Iván Zuluaga, un economista sin muchos abolengos, proveniente
del mundo rural, que promete restaurar el estilo de gobierno de su mentor y
cuidar “la obra”, que es la manera como los adeptos fieles al expresidente
Uribe llaman su legado. Zuluaga prometió que, de ganar las elecciones su primera
acción de gobierno seria “suspender los diálogos de la Habana y dar ocho días de plazo a las FARC para (...)
suspender toda acción criminal contra los colombianos".
En la otra esquina está Juan Manuel Santos, un sobrino nieto de
presidente, que tiene como segundo a bordo a otro nieto de presidente. Santos, a
pesar de haber prometido cuidarle “los tres huevitos” al expresidente Uribe: otra
manera como llaman también “la obra”, no dudó en tomar distancia de su
predecesor, para pasar a la historia haciendo sus propios méritos. Por haber
desechado el estilo y el legado de su padrino,
el uribismo puro y duro, que hoy promueve la elección de Zuluaga, no se anda
por las ramas para llamarlo traidor. Según los fieles del expresidente, “Santos se hizo elegir con
unas ideas y está gobernando con otras”, traicionando así “la confianza del
pueblo que lo eligió”.
Proyección
del voto en la segunda vuelta por los candidatos en lisa en las diferentes regiones
de Colombia. Imagen tomada de correoconfidencial
Ese desprecio que sienten los
seguidores de Uribe por Santos se patentiza en comentarios como los de Sandra Esteben, una comentarista de la revista Semana, que afirma “el colombiano está cansado del
traicionero de JUAN MANUEL SANTOS. Queremos de presidente al doctor OSCAR IVAN
ZULUAGA... ya no queremos más arrodillados de los terrorista de la FARC, ya no
queremos más PAROS, ya no queremos más MALTRATOS, ya no queremos más CORRUPTOS,
ya no queremos más TRAICIONEROS... ZULUAGA presidente”.
La victoria de Oscar Iván Zuluaga: el candidato uribista puro y duro y la
eliminación de los candidatos centristas y de izquierda en la primera vuelta ha
dado origen para la segunda vuelta a dos bloques de opinión bien definidos. Mientras
la candidata del Partido conservador Martha Lucia Ramírez se alineó detrás del candidato Uribista, un conjunto de
fuerzas heteróclitas, que tratan de evitar el retorno de la derecha pura y dura
al poder, donde convergen fuerzas de centro y de izquierda y un sector del
partido conservador, han tomado posición del lado de Juan Manuel Santos. A ese grupo
se ha sumado hasta el movimiento que eligió a la alcaldía de Bogotá a Gustavo
Petro, cuyos miembros hace dos meses no querían saber nada de Santos.
Hay quienes sostiene, como Andrés Felipe Parra, que la
victoria de Oscar Iván Zuluaga en segunda vuelta significaría el “el ascenso de un
proyecto uribista envalentonado, que haría de la solución militar [del conflicto] un punto de no retorno”. Quienes así piensan aseguran que Uribe retomaría antes
de la posesión del nuevo presidente el control del congreso, desde donde emprendería
la captura de las altas cortes y de los organismos de control del Estado, reformaría
la constitución y le abriría la puerta a su tercera reelección.
Si esto sucede, dicen los que así piensan, Colombia comenzaría de la mano
de Uribe un proceso similar al venezolano, donde el culto a la figura del caudillo paternalista –salvador de
la patria-, facilitaría el arrasamiento de la frágil institucionalidad democrática
colombiana y permitiría el empoderamiento de una clientela caudillista en todas
las esferas de la sociedad y del Estado, que tendría como objetivo perpetuar “la
obra de gobierno”; esos tres huevitos, que hoy se sintetizan en el eslogan principal
de la campaña uribista: retorno de la seguridad
democrática.
Las
elecciones vistas por Matador, el mejor caricaturista político colombiano del
Momento. Imagen tomada de: eltiempo
Observadores de la política colombiana, como Juan Gabriel Gomez Albarello,
esperan que el 15 de junio suceda en Colombia
lo que ocurrió en la segunda vuelta de las presidenciales francesas de 2002, cuando
contra todo pronóstico se enfrentaron Jacques
Chirac, candidato de la derecha y Jean-Marie Le Pen, candidato de la
derecha extrema. Para evitar el triunfo del candidato de extrema derecha, la
izquierda y la derecha moderada “concurrieron en masa a votar contra Le Pen. El
resultado fue contundente: Chirac obtuvo cuatro veces más votos en la segunda
vuelta que en la primera”.
El fenómeno parece estar tomado cuerpo en las redes sociales, pues
aquellos que no quieren el retorno del expresidente han puesto a circular en
Facebook poster con frases como estas: “Juan Manuel no es santo de mi devoción,
pero en la segunda vuelta nos toca
santificarnos para evitar que gane el candidato de Uribe”.
Mensaje de redes
sociales, que promueve el voto a favor de Juan Manuel Santos y en contra de
Oscar Iván Zuluaga, candidato uribista en la segunda vuelta de las acciones presidenciales
colombianas, el 15 de junio.
Los activistas
electorales de los grupos que no están con Santos y que tratan de impedir que
gane Zuluaga se movilizan en las redes sociales a favor del voto por la reelección.
Imagen tomada de
facebook