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sábado, 5 de julio de 2025

ANÁLISIS FILOSÓFICO-LITERARIO DEL CUENTO COMBATE COTIDIANO ASISTIDO POR INTELIGENCIA ARTIFICIAL.

Entre la fe y el absurdo: un ensayo filosófico sobre “Combate cotidiano”


La metáfora el puño y el espejo

En la microficción “Combate cotidiano”, Crisóstomo Santos despierta cada mañana para verse obligado a pelear ―a puño limpio― contra un demonio de acero y hormigón que resulta ser él mismo. El relato condensa, en unas líneas, el drama existencial de la autoconfrontación: somos jueces y reos, verdugos y víctimas de nuestra propia conciencia. El presente ensayo explora esa paradoja a la luz de tres tradiciones filosóficas: el existencialismo (Kierkegaard, Camus), el psicoanálisis freudiano y la teología negativa. Argumentaré que el texto escenifica la imposibilidad de escapar a la propia facticidad: Crisóstomo representa al sujeto moderno atrapado entre la exigencia de la fe y la inercia de un yo objetivado y cosificado.


Existir es combatir: la herencia de Kierkegaard y Camus

Para Kierkegaard, la existencia auténtica se vive como angustia (Angest) ante la libertad. Crisóstomo parece intuirla cada noche, cuando reza ―un gesto kierkegaardiano de renuncia― y cree haber triunfado. Sin embargo, al amanecer reaparece “el demonio”, símbolo de la repetición que Kierkegaard consideraba ineludible: el yo nunca queda clausurado; cada día exige una nueva decisión.

Camus, por su parte, define en El mito de Sísifo la noción de lo absurdo: el choque entre la búsqueda humana de sentido y el silencio del mundo. Crisóstomo actualiza a Sísifo: en vez de empujar una roca, boxea contra un coloso que encarna su propia falta de sentido. La oración nocturna es un intento de negociar con el absoluto; el amanecer demuestra que el absurdo es invencible porque es interno. Volver a levantarse es “imaginarnos a Crisóstomo feliz” en clave camusiana: la conciencia de la repetición no anula la acción, sino que la sostiene.


El demonio superyó: lectura freudiana

Freud concibe el aparato psíquico como un conflicto entre ello, yo y superyó. El demonio, “hecho de acero y hormigón armado”, alude a una instancia superyoica rígida, cargada de mandato moral y autoexigencia. Crisóstomo se golpea a sí mismo porque interiorizó normas que lo superan; su malestar es “culpa sin pecado” ―aquella angustia que, según Freud, surge cuando el superyó castiga incluso los pensamientos.

La oración funciona como ritual expiatorio: un intento de apaciguar la instancia punitiva. Pero la fisura persiste porque el superyó, blindado como hormigón, no se satisface nunca; su consistencia material representa la reificación de la moral. Así, el cuento dramatiza la patología de la subjetividad moderna: una autonomía aparente que se experimenta como heteronomía interna.


Teología negativa: Dios ausente, demonio presente

Desde Dionisio Areopagita hasta San Juan de la Cruz, la teología apofática sostiene que Dios sólo puede definirse por vía negativa. En “Combate cotidiano”, el silencio divino se simboliza en la ineficacia de la oración. Crisóstomo ora, espera la nada y despierta al todo de su monstruo. Si Dios calla, la única trascendencia es el propio abismo: el demonio.

La paradoja culmina cuando el narrador revela que el demonio “era él mismo”. El yo se vuelve teología negativa encarnada: una presencia tan sólida (acero y hormigón) que niega cualquier trascendencia salvífica. El protagonista descubre que lo absoluto ―el Mal, el castigo― no está fuera, sino “intra nos”. Ese giro despoja a la fe de su función medicinal y sitúa al sujeto ante la responsabilidad radical de soportarse.


Cosificación y neoliberalismo: dimensión sociocrítica

Aunque el cuento es atemporal, la elección de materiales ―acero, hormigón‒ remite a la arquitectura industrial, al urbanismo opresivo. El demonio es la cara interiorizada de un sistema que exige productividad, fortaleza y autoexplotación. Cada día, Crisóstomo renueva el mandato de vencer al coloso que él mismo forjó: la subjetividad neoliberal que se autoimpone metas inalcanzables.

La expresión “no podía reusar la furrusca ocultándose en lugares sagrados” sugiere que los espacios de refugio tradicionales (iglesia, comunidad, mito) han sido colonizados por la lógica de la competencia. El combate es cotidiano porque la economía afectiva se ha interiorizado; la intimidad deviene línea de montaje.


Conclusión: ética de la aceptación

“Combate cotidiano” formula, en miniatura, la gran cuestión de la filosofía práctica contemporánea: ¿cómo vivir con uno mismo cuando uno mismo se siente enemigo? Kierkegaard prescribiría el salto de fe; Camus, la aceptación lúcida del absurdo; Freud, el análisis que haga consciente la culpa irracional; la teología negativa, el silencio activo. El texto, sin embargo, deja la pregunta abierta: no ofrece resolución, sólo reitera el amanecer.

Tal vez la ética implícita sea la aceptación trágica: Crisóstomo debe reconocer que el demonio es parte constitutiva de su ser, no un enemigo externo. El cuento nos recuerda, con brutal elegancia, que la mayor batalla se libra entre los muros de la propia mente y que la paz no llega por exterminio sino por reconciliación.

Así, “Combate cotidiano” se sitúa en la tradición de las parábolas filosóficas que, como un espejo oscuro, devuelven al lector su propia imagen multiplicada: cada quien carga con su coloso y, cada mañana, decide ―o no― volver al ring.

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